Mar
1st

nuestro reloj de arena

reloj de arena rotoCuando hace algunos años, aún era muy joven, me resultaba imposible imaginar la vida sin todo aquello que siempre me había rodeado, gente, calles, paisajes, familiares, amigos…, todo debía de permanecer inalterable menos el mal tiempo, no podía ser de otra manera, lo contrario era agresión, sin duda ese era el deseo, y la mayoría de las veces la voluntad.  Dejar nuestras cosas, nuestra vida, por el camino no ha sido, o es, agradable,  y muchas veces resulta un infierno.  En el camino realmente no dejamos nada, “unas” las perdemos y “otras” nos las quitan, yo soy más de perder, aunque es considerable también lo quitado.

Se pierden muchas partes por el camino, pocas permanecen inalterables por mucho tiempo.  Pero lo precipitación del tiempo hace que el dolor no sea tanto, sucede como en los aviones, antes del “low cost”,  desde que despegabas hasta llegar al destino te mantenían distraído para evitarte pensar en el miedo a volar.  Algo similar debe suceder con las cosas que perdemos, las azafatas de nuestra memoria nos entretienen para no darnos cuenta, y cambiar de un destino a otro sin demasiado dolor, sin darnos tiempo apenas a percibir el cambio.

Vamos ocupando lugares diferentes y si miramos a nuestro alrededor, las referencias van cambiando, y posiblemente ha de ser así, como símbolo de vida, el chascarrillo es ver sentado a un político más de 20 años en la misma poltrona, puede ser un síntoma o un símbolo de podredumbre.

Sin embargo, si hay algo que permanece inalterable, son, antropológicamente las raíces o metafísicamente nuestra naturaleza humana.  He visto a mucho mono vestirse de seda y no parecer otra cosa que mono, pero es cierto que la seda hace al monje ante los demás, si la seda es buena incluso se puede engañar y esconder al mono.  Pero lo que debemos saber todos es que el mono esta ahí.  Seguro.

En definitiva, el tiempo tiene una gran ventaja sobre nosotros, a el no le preocupa, para nada,  la cantidad de arena que tiene o le queda al reloj.  El desierto es suyo.

Abr
23rd

Cuando éramos niños

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tapazollisevenskyejp5 Hace tiempo, mucho tiempo, cuando éramos niños o tal vez niñas y, la inocencia estaba en nuestro cuerpo, como están los ojos, sucedían cosas que de vez en cuando vienen a la memoria rastreando el camino, un recuerdo que no ha perdido su validez, algo que forma parte de nuestra vida.

Son muchas las cosas que cualquiera puede enumerar, la lista de relatos se haría longuísima e innecesaria a todo aquel ajeno a ellas.  Pero tal vez en cada una de nuestras vidas exista una o varias historias que valga la pena contar.

 

Ene
14th

Niños

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Todos los niños tienen un mundo propio, es el mismo que el de los adultos pero más grande, por eso el tiempo pasa más lentamente, luego a medida que crecemos el mundo se hace más pequeño y más aprisionante.Aquel niño miraba como solo son capaces de mirar los niños, de forma sincera e inocente, ansiosa, todo le podía servir, el saco de la sabiduría era muy grande y estaba vacío. Era un espectador del mundo, su papel aún no estaba definido. Desde el patio de butacas observaba la gran obra, siempre con atención, sin perder detalle. Provocaba en él sentimientos de toda índole, alegría cuando los actores se reían, tristeza cuando los actores entristecían, todo se transmitía de forma mimética, de alguna manera él entendía los sentimientos, pero quedaba un tremendo vacío porque nunca entendía el argumento.Su niñez rural, el contacto con la naturaleza, con las cosas tal como son, le había dotado de una sensibilidad especial. Aquel mundo infantil estaba lleno de alegría, no había limitaciones ni peligros conocidos, las barreras del mundo adulto aún eran demasiado altas para levantar la mirada.La luz rebotaba en los espejos de cal, el calor de aquella tarde arrancaba de los adoquines alientos de vapor encendido. A él le gustaba inclinar la cabeza y ver a contraluz como el vaporcillo se elevaba a las nubes. Se tendió en la acera, le gustaba abandonarse, turbarse al sol, como los lagartos. Su padre estaba enfrente, con las puertas de casa abiertas y una gran red colgada en el gancho del techo, la estaba tejiendo, abstraído en sus pensamientos, recordando sus recuerdos. A esa hora el silencio era total, incluso la calle estaba adormilada, solo de vez en cuando alguna lagartija correteaba por las paredes en busca de su presa. La quietud era total. Él lo observaba, podía pasarse horas mirándole, desde esa lejanía tan cercana, no decían nada, pero el sabia que su padre notaba su presencia y le gustaba. El tiempo se congelaba en esa hermosa complicidad.Él me contaba que tenia un baúl en su memoria lleno de imágenes similares. Siempre al lado de su padre, pero de forma invisible, imperceptible, en algún sentido lejana. «Aquel hombre tenia una vida interior que le acosaba, yo era su mundo de paz, su cómplice en la tristeza, por eso nunca me alejaba de él. Sus sentimientos estaban inmovilizados, inválidos, su sensibilidad la habían castrado para siempre en aquella terrible guerra, no recuerdo abrazos ni momentos de especial ternura física, pero lloro cuando recuerdo su presencia. No tenia nada que contarme, solo podía darme su amor con aquel silencio, con su presencia. Yo lo notaba y le estoy eternamente agradecido».