Abr
30th

Esperando un paquete

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_93d72f17-ad0d-473e-a12d-46b2df8fbb64Camino entre montañas pisando un valle con el rostro inundado de felicidad animal, sin razonamiento alguno, sin ninguna señal que alterarse la naturaleza porque un ser humano merodeaba por allí.

Salvaje, sin ningún pensamiento, sin ninguna intención, respirando tan solo, saboreando el aire dulce y fresco que entraba en mis pulmones en pequeños torbellinos salpicados del roció mañanero, un aire que me obligaba a sentir y embriagaba mis ojos con visiones tan lejanas como inalcanzables, sueños irreales y realidades inventadas como si de un cuento se tratara, nada cierto pero tan útil como el agua que calma la sed; el tiempo en soledad agranda el pensamiento y actúa a modo de bálsamo mágico atenuando la tendencia a la alucinación previa a la locura. Nada se asemeja tanto a la vida, nada se antoja tan hermoso como la contemplación mientras se pasea por valles infinitos, dibujados sin nubes o entre arboledas sin sombras, solo con la luz cálida que lo ilumina todo y un horizonte siempre borroso por brumas inoportunas difíciles de disolver, y ahí voy, o vamos, hacia ese punto tan enorme y tan lejano con la certeza de no alcanzarlo nunca, pero el misterio y la curiosidad encabritada nos anima mientras el amor siga siendo el actor protagonista en este teatro de la vida.

Estaba en un rincón del sofá, reclinado hacia atrás, hecho un ovillo, con las piernas recogidas debajo de una manta, ensimismado, sin hacer nada, una luz tenue se filtraba por el ventanal entre las cortinas, entonces me di cuenta de mi error, no estaba vagando por paisajes salvajes al aire libre. Estaba esperando, con letargo y cansancio, la llegada de un paquete cuyo contenido era un misterio, solo sabía que era pequeño y no tenía remitente. Algo así como el ramillete de violetas de Cecilia, y aquí estoy, esperando.

Mar
1st

nuestro reloj de arena

reloj de arena rotoCuando hace algunos años, aún era muy joven, me resultaba imposible imaginar la vida sin todo aquello que siempre me había rodeado, gente, calles, paisajes, familiares, amigos…, todo debía de permanecer inalterable menos el mal tiempo, no podía ser de otra manera, lo contrario era agresión, sin duda ese era el deseo, y la mayoría de las veces la voluntad.  Dejar nuestras cosas, nuestra vida, por el camino no ha sido, o es, agradable,  y muchas veces resulta un infierno.  En el camino realmente no dejamos nada, “unas” las perdemos y “otras” nos las quitan, yo soy más de perder, aunque es considerable también lo quitado.

Se pierden muchas partes por el camino, pocas permanecen inalterables por mucho tiempo.  Pero lo precipitación del tiempo hace que el dolor no sea tanto, sucede como en los aviones, antes del “low cost”,  desde que despegabas hasta llegar al destino te mantenían distraído para evitarte pensar en el miedo a volar.  Algo similar debe suceder con las cosas que perdemos, las azafatas de nuestra memoria nos entretienen para no darnos cuenta, y cambiar de un destino a otro sin demasiado dolor, sin darnos tiempo apenas a percibir el cambio.

Vamos ocupando lugares diferentes y si miramos a nuestro alrededor, las referencias van cambiando, y posiblemente ha de ser así, como símbolo de vida, el chascarrillo es ver sentado a un político más de 20 años en la misma poltrona, puede ser un síntoma o un símbolo de podredumbre.

Sin embargo, si hay algo que permanece inalterable, son, antropológicamente las raíces o metafísicamente nuestra naturaleza humana.  He visto a mucho mono vestirse de seda y no parecer otra cosa que mono, pero es cierto que la seda hace al monje ante los demás, si la seda es buena incluso se puede engañar y esconder al mono.  Pero lo que debemos saber todos es que el mono esta ahí.  Seguro.

En definitiva, el tiempo tiene una gran ventaja sobre nosotros, a el no le preocupa, para nada,  la cantidad de arena que tiene o le queda al reloj.  El desierto es suyo.

Oct
10th

El Muro

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el-muro.jpgLogró fundir la gran pared de hielo que durante tanto tiempo habia permanecido como un obstáculo entre los dos, y contempló con una profunda desilusión como aquel muro al deshacerse en pequeñas gotas de amistad, contenía solamente la estupidez acumulada de todo el genero humano y se preguntó, con una tristeza convertida en lagrimas, como el tiempo, tanto tiempo perdido, había sido caprichosamente arrancado de su vida.

Maldijo una y otra vez el no poder recuperar lo perdido, notó como un hachazo le amputaba algo que nunca había sido suyo.

Arremetió contra todo, al fin y al cabo -penso- siempre nos queda algo, el vacío solo es posible con la muerte, y continuó paseando por la sequedad del paisaje. Para él los paisajes eran incompletos si por alguno de sus rincones no brotaba el agua.

El agua es la vida.