Una vez más lo estamos viendo. Un colectivo, una, o unas asociaciones, o gremio de trabajadores no esta haciendo su trabajo y obliga a una gran mayoría de miembros del colectivo a derrochar sus activos, como son medios y tiempo, por tanto dinero o riqueza escasa, para reivindicar cuestiones colectivas que sus representantes no saben acometer al estar dedicados a cuestiones burocráticas ajenas a la representación y defensa de los intereses de un colectivo.
Yo una vez estuve agremiado y mi lucha siempre fue la misma, en palabras siempre reivindicaba los mismo: “Señores, para el papeleo y la burocracia ya tengo una gestoría, lo que necesito es alguien que defienda mis derechos y me proteja de burocracia inútil y reglamentaciones asfixiantes, alguien que me proteja de elementos invasivos que obstaculizan mi trabajo.”
No era posible, no esta en su ADN, la función de estos representantes y estas asociaciones es, se ha convertido en vivir de la burocracia y para la burocracia, con subvenciones o sin ellas se han olvidado del papel reivindicativo y de contrapeso ante las instituciones. Son gestorías que tramitan papeles con plantillas de oficinistas dedicados a ello.
Se han olvidado del poder que tienen, o como sucede en muchos casos, lo han subastado por un plato de gambas y alguna promesa, y ya no son un peligro, todo lo contrario, son un freno donde mueren las quejas y los sufrimientos de los asociados. Son una delegación más de algún organismo oficial que controla y paga.
No es de recibo que los agricultores tengan que bloquear carreteras y enfrentarse a la policía y los ciudadanos bloqueados, no es su cometido, ni creo que les guste, ni tampoco el asunto es para que los políticos con su falta de compromiso comiencen a etiquetar de fachas o ultras a quien reivindica el respeto a su trabajo, en este alarde de estupidez a la que nos tienen acostumbrados todos, sin excepción.
Son los representantes de las asociaciones, incluso me atrevo a incluir a los alcaldes de comunidades dedicadas a la agricultura quien debe representar al colectivo afectado y negociar en los despachos con las armas de los votos, que es la única arma que los políticos entienden y a la que temen. Aprendamos del prófugo Puigdemon.