Un viejo día a punto de terminar, todo lo sucedido y lo deseado, en este instante y durante todo el día, forma parte de nuestra pequeña historia, tejemos la vida con las puntadas de un nuevo día y le damos color con nuestros pequeños sueños, nada resulta tan grandioso como abandonarse en el espacio de nuestros deseos, la ínfima distancia entre los días, el tiempo, nos enseña la escasez de la felicidad y la dificultad de encontrarla y mantenerla a toda prisa, nada resulta suficiente para colmar su devoradora necesidad de sencillez, intentamos colmarla con triunfos, llegando a metas en las que nadie nos espera. Nos esforzamos en sortear los problemas, en aparentar incluso su inexistencia, buscamos los momentos de paz, sin darnos cuenta del triunfo inexorable de la fatalidad del destino, cuando al destino lo esculpe el equilibrio y este forma parte del cultivo la felicidad. Puede resultar mas difícil de lo previsto atravesar un día con la espalda llena de alforjas llenas de intenciones y serones repletos de obligaciones, incluso en ocasiones imposible, y algo nos impide ser traviesos y dejar la carga, son rayas blancas en el suelo que se nos aparentan muros y no molinos de viento que vencer como al valiente y cortes Don Quijote. Son nuestros puntos negros, ineficaces para languidecer la luz de un día que como tantos otros por venir contiene motivos para el coraje y sensaciones para la ilusión, rechazamos la llamada seductora de la melancolía y seguimos la búsqueda del equilibrio, llegamos al final del día.