Nuestras vidas se componen de escenas, capítulos que duran más o menos y que narran ese conjunto de años, meses, días, puede que incluso horas o tan solo minutos, paginas donde se reflejan personajes y espacios que han formado parte de nuestra línea del tiempo. Yo puedo hablar un poco de mi calle y sus cambios de página, ya es otro libro, ya nada tiene que ver con su esplendor. Todos los que fueron sus protagonistas y le dieron el carácter a la calle, no están, tampoco la calle como tal, ahora salen hierbas por todos los rincones, incluso mierdas de perro, los días y las noches con sus voces y sus risas, no volverán. Las puertas abiertas con las cortinas ondeando a la espera de que alguien se asome han perdido el sentido, y parece que la desconfianza y las cerraduras ocupan su lugar.
Ya no hay tomates ni pepinos en la puerta de Benito, ya no se oye la motillo rugir camino a la huerta, ya no se oye la voz gruesa apartando la cortina diciendo “quien hay”, nunca faltaba la visita y la charla después del rato en la huerta. Tampoco se oye a Teodora, ya no se puede ir a verla coser, una muy buena señora, con carácter, y muy buena vecina, yo por suerte aún conservo un precioso traje de verano con chaleco incluido hecho por ella hace 44 años. Impecable, moderno, pero, un poco estrecho. Como he dicho todo cambia y la envergadura tiende a expandirse mientras todo lo demás se contrae.
Podría extenderme muchos más años atrás con mi vecino Juan, el panadero, y sus charlas en el batiente de su puerta, sentados uno al lado del otro, contándome cosas de la guerra, de mi padre, de sus avatares, palabras que se mezclaban con el olor a pan cociéndose en el horno de retamas del patio trasero. El panadero Juan ha sido quien más cosas de mi padre me ha contado, de algún modo mi padre confió en él.
Mi madre supo mantener viva la parte de la llama que le correspondía para mantener la luz que daba vida a la calle. Al final o al principio, haciendo esquina, estaba la tienda de Tarsicio y mas al fondo la puerta falsa del casino, con su olor a polos de fresa en verano. La tienda de Tarsicio si bien era de telas, recuerdo haber comprado comida, y sobre todo elegir de su escaparate los juguetes de reyes, mi sombrero y mi pistola de vaquero, también quería el rifle y los reyes se habían olvidado, fue tal la verraquera que mi padre fue a buscarlo a la tienda el mismo día de reyes y me dijo que se lo había olvidado en el camello. Un descuido lo tiene cualquiera, pensé.
Las calles cambian, los paisajes cambian, las personas cambian, avanzamos y todo es nuevo, pocas cosas permanecen, desaparece lo viejo y viene lo joven y la vida continúa. Pero esas escenas no dejan de bullir y siempre están entre nosotros, aunque cada vez más lejanas y por razones generacionales también les llegara el olvido. Por eso vale la pena recordarlas y contarlas.