Hoy he estado en Barcelona, necesitaba aventuras y desafíos y, sobre todo, darme un baño de rostros y almas totalmente desconocidos, incluso extraños, indescifrables. Necesitaba balancearme entre sus calles, aspirar el aroma del alquitrán añejo y recordar cómo se ignora el ruido en el mismo momento que añoras el silencio.
Llegue con la ciudad despierta pero afortunadamente con los turistas aun dormidos o preparándose para ventear sus calles y monumentos, breves momentos en los que la ciudad aún mantiene algo de su inquietante tranquilidad. Esa situación cambio en un instante, en lo que dura un parpadeo mientras esperas el verde del semáforo comenzó a acumularse gente a mi alrededor y en la acera de enfrente, parecía un truco de magia, o el grito de acción en el comienzo de una escena con decenas de extras, estaban allí. Con un golpe de vista, girando el periscopio, pude descubrir que yo también formaba parte de la escena, como extra, nosotros cruzábamos el semáforo, otros con la misma indiferencia subían y bajaban por las aceras, algunos se paraban en los escaparates y en las mesas de las terrazas, los mas cómodos, curioseaban el ir y venir. Estábamos todos, todos los que éramos. Faltabas tú.