Los mundos virtuales son como las nubes de algodón que ofrecen los puestos ambulantes en la fiesta mayor, despiertan los sentidos invocando necesidades ya resueltas y generan apetitos falsos, sin embargo no podemos pasar de largo sin dedicarles nuestra atención y solemos caer en sus encantos. Los mundos creados en una pantalla, adolecen sobre todo de espacio, y también generan emociones falsas, y la cosa va empeorando, a medida que las tecnologías avanzan; y los espacios físicos se reducen. Esto comenzó a ser serio e importante con el Messenger y su peculiar ruidito, aún estaban aquellas pantallas enormes, de tubos catódicos, los límites han ido empequeñeciendo hasta quedar atrapados en pantallitas de teléfonos, los Smartfones y los IPods ha reducido ese mundo a la superficie de la palma de la mano.
La cuestión esta en adormecer las emociones, reducirlas y nanodizarlas, las empaquetamos dando la sensación de lejanía, como si su origen en un mundo sin espacios físicos, sin necesidad de roce nos protegiese de otros peligros asociados a los objetos físicos más cercanos, con aristas y lados punzantes, incluida la palabra, casi irreverente y transgresora y muchas veces inoportuna. La palabra como expresión de un rostro en este espacio no existe, solo la escritura rápida e imprecisa y los símbolos sirven de unión entre todos y cada uno de los apátridas de la realidad.
Es curioso cómo hemos despreciado tecnologías tan esperanzadoras como las tele@video@conferencias, donde era posible ver los rostros y las reacciones de nuestros amados contertulios. Y en cambio ha triunfado la pseudoescritura, anónima e invisible. Se ha impuesto, como no, la teoría del mínimo esfuerzo y en lo posible y como consecuencia de ello, también el mínimo compromiso. Sin embargo esta lejanía de la presencia física también potencia la espontaneidad y descubre y expone sentimientos que de otro modo sería imposible descubrir por cobardía o timidez, una pantalla permite el anonimato preciso para destapar sentimientos rezagados, del mismo modo, tiene un efecto contrario cuando aparece la parálisis y todo se reduce a frases cortas e imprecisas y lo que parecía luz se convierte en confusión y barro. Sin los sentidos irrumpen las emociones y con ellas la incertidumbre y con la incertidumbre la duda, y con la duda la inseguridad y con la inseguridad, el enojo o la depresión, y al final la sensación de vacío. Nada.