En agradecimiento a mi pueblo, a mi familia, a mis amigos, a mis paisanos, a los grandes momentos y a los malos. A la Asociación Almogavar a la revista Celemín, por hacer de Torrecampo un pueblo entrañable, culto y único.
Recuerdo perfectamente el día que mi familia abandono el pueblo donde habíamos nacido, crecido y vivido felizmente, y recuerdo con tristeza como antes lo habían abandonado los padres de amigos míos, llevándose con ellos pequeños trozos de mi pequeña y frágil vida, y utilizo el verbo abandonar porque emigrar es abandonar parte de tu vida o tu vida entera hasta ese momento para empezarla en otro lugar. La vida vivida hasta ese momento se trunca y se inicia un viaje empujado por una esperanza de una vida mejor. Atrás quedan familia, amigos, tu casa, esfuerzos y sufrimientos y sobre todo imágenes y momentos que se convertirán en recuerdos y que afianzaran para siempre las raíces, nuestro origen.
Eran momentos tristes para un niño, momentos imposibles de entender, mi amigo Manolin se fue un día gris, me dijeron que iba a Granada, yo pregunte que era Granada y me dijeron que un sitio donde había muchos granados, me quede callado y pensé que no era mal sitio los granados siempre me han gustado además los niños no tienen elementos para la discusión, en su saco vacío entra todo, también pregunte: ¿Cuando vendrá?, pronto, en cuanto puedan, aceptaba la respuesta pero no lograba entenderla y el desgarro que eso producía solo era posible olvidarlo reiniciando los juegos con los amigos que aun quedaban. Y así era, pero nuestra memoria ya tenia un surco imborrable de nostalgia y tristeza.
En aquellos tiempos, a finales de los 60 las familias ensombrecían los caminos del país en busca de lugares, no mejores, ni mas bellos, en aquellas situaciones tan solo era suficiente que fuesen más ricos, porque de lo que se huía era de la miseria, de la desigualdad, del abandono, de una forma de crecimiento que aun perdura pese al tiempo transcurrido y a la transformación de la situación política, como si la distribución equilibrada de la población no fuese importante para avanzar hacia una ecología racional y una globalización no tan dependiente. Pero esto, ahora no toca, además es cosa de mayores.
Cuando te vas de tu pueblo y consigues superar el desasosiego después de un tiempo prudencial, te viene la morriña gallega, es cuando la tristeza muestra su otra cara y te sientes una persona afortunada porque tienes un pueblo, y no todo el mundo tiene un pueblo, aunque viva en el, tener un pueblo es echarlo de menos porque la mayor parte del tiempo lo tienes en la memoria, en el recuerdo y, ni el paso del tiempo ni los avatares de la vida consiguen relegarlo al olvido, es la lejanía la que te hace merecedor de un pueblo, “mi pueblo”, y hablas de el, mi pueblo, mi pueblo, mi pueblo, mi pueblo, lo vas predicando a todos y en todas partes y no hay mejor satisfacción y regalo que decir: me voy unos días a mi pueblo.
El que no tiene pueblo seguramente es un afortunado, pero menor, no ha sufrido el desgarro de alejarse de su tierra por necesidad, para soñar con un futuro mejor o igual de peor pero diferente, tener un pueblo es un regalo, el premio a una lejanía necesaria, es disponer de muchos instantes de vida en la memoria que te han marcado para siempre. Sucede cuando se produce una ruptura tan radical siendo niño, esa parte de vida que se rompe de repente, sin previo aviso, se aferra en el pensamiento y es de forma permanente el núcleo de tu personalidad, es una proyección para todo lo que vendrá después.
El primer reencuentro fue cuatro años después, mi abuelo paterno había fallecido y mi padre emprendió el viaje al pueblo y no sé, o no recuerdo porque motivo decidió que yo lo acompañase, conociéndome quizás fue mi pesadez lo que inclino la balanza. Aquel viaje desde el comienzo estuvo saturado de emociones dulces y lo disfrute a un nivel como muy pocas cosas se disfrutan en la vida, en aquel viaje agarre las nubes y me sentí en el paraíso, un paraíso que nunca he compartido y que me estremeció de por vida.
El viaje en autobús duro un día completo, infinitas paradas y apeaderos, dentro algún pollo enjaulado, hatillos de comida, fiambreras con tortilla y guisos y pequeñas maletas y paquetes por los pasillos, eran gente mayor y algún niño de mi edad. Me impacto muchísimo ver a mi padre fumar continuamente, con ansia, como si algo invisible lo estuviese azuzando, le pregunte porque fumaba tanto, no porque yo supiese los peligros del tabaco, más bien porque yo notaba una inquietud desconocida en él y una forma de cuidarlo era preguntarle y vigilarlo con el rabillo del ojo, me contesto algo como ahora paró, pero no paró, yo tampoco insistí, pero no deje de vigilarlo y cuidarlo con disimulo.
Con el tiempo comprendí su nerviosismo, sus propias emociones y también sus propios demonios, regresar al pueblo para él fue como todas las primeras veces, muy difícil, con el agravante de un abandono y también en todo ese tiempo de soledad que da un viaje tan largo lo abordaron los demonios de la postguerra y los horrores de la misma.
Todos los hombres de la guerra tienen un hilo que les viene de las entrañas y les desdibuja de alguna manera la sonrisa, son hombres rotos en permanente construcción, con mucho amor apaleado y reprimido. La mejor cura es el calor de la cercanía y el silencio.
Todo tomó un nuevo sentido con el cambio del paisaje , cuando empezamos a ver los cerros llenos de olivos algo nos decía que estábamos cerca, y el apoteosis comenzó cuando coronamos el puerto Calatraveño con la vista de enormes extensiones de encinares, yo no apartaba la cabeza de la ventanilla, aquello me recordaba muchísimo a los paisajes de mi antigua niñez, aún siendo un niño todas esas sensaciones y los recuerdos me hacían de alguna manera viejo. Fueron momentos extraordinarios y la prisas por llegar se fueron acelerando, y todo aquello se convirtió en éxtasis y nerviosismo cuando el correo entro en el pueblo y paro en la plaza del casino.
Es indescriptible, las sensaciones se agolpaban tan deprisa y tantas a la vez que el pensamiento se aturde y se bloquea y solo engulles imágenes, rostros, actitudes, ves gente, saludos, abrazos y como niño que eres solo tienes ganas de salir corriendo por las calles de la memoria y encontrar todo lo que un día se quedo abandonado, mis juegos, mis amigos. Estoy en “mi pueblo”.