El momento de la merendilla, así se llamaba a la merienda de la tarde, no sé si por su brevedad, o por que iba dirigida a los niños, sea como sea, para aquellos niños era un momento especial, sin objeciones ni cambalaches, y no por los manjares que llevarse a la boca, escasos y repetitivos, tenían gana, unos escalones por encima o por debajo del hambre que convertían un trozo de pan y un ajo o unas aceitunas en en delicioso manjar. Lo enrevesado del asunto es que hasta en las comilonas infantiles existían estrellas, sin michelines, pero diferenciadas claramente en función de las suertes del año, de la siembra, de la matanza del cerdo y de la abundancia en la alhacena.
Los días comenzaban a ser largos y mas calurosos, esa tarde después del colegio su madre lo había mandado a comprar un litro de aceite de oliva, el comercio lo vendía a granel y le resultaba divertido ver aquel dispensador de aceite como por arte de magia, levantando una palanca el deposito transparente se llenaba del aceite con cientos de burbujitas de aire desde el bidón y con otro movimiento de bajada de la palanca el aceite se volcaba en la aceitera, se embelesaba con el persistente olor a almazara del lugar, aunque esa tarde la vista se le había ido con cierta obsesión hacia las barras de chocolate situadas en los pequeños estantes de madera de enfrente, de tal forma y con tanta deseo que se vio con ellas en la mano llevándoselas a la boca con un trocito de pan humeante. Aquel comercio desprendía todo tipo de olores entremezclados pero que se hacían claramente definibles una vez el olfato se aproximaba al lugar donde se encontraban, el bacalao sazonado, las sardinas de cuba, el atún en escabeche, incluso las gomas de las botas katiuskas, o el cuero de los arreos del talabartero y el esparto de los serones o las redes para los carros, tono tenia su olor que lo identificaba y lo hacia único.
El chocolate era un producto casi prohibido, para muchos, como tantos otros de la época, cualquier cosa elaborada suponía un desembolso de efectivo y el dinero como tal era escaso y tenia la utilidad concreta donde el intercambio no era posible, y casi de todo había menos dinero, el chocolate era especial y se merendaba, pero era imposible llegar a la sensación de hartura, lo normal era un par de jícaras de chocolate y un buen trozo de pan. Cuando te hinchabas de pan dos jícaras podían ser suficientes, se aligeraban los bocados al pan y se dejaba el chocolate para el final, así se engañaba a la hiel y como el chocolate había sido el ultimo bocado el estomago estaba lleno y parecía que era del ultimo bocado
No se le fue de la cabeza, ese día la idea de comer chocolate le golpeaba su conciencia de forma persistente, no parecía existir otra opción y sin quererlo se fue tejiendo un plan, no podía reprimir la idea ya convertida en deseo y poco a poco con sus acciones empezaban a ser realidad.
Consiguió 25 pesetas, que inocentemente encontró en un monedero encima de la mesita del dormitorio, tenia la sensación clara de realizar algo no debido por los latigazos de su conciencia, pero también sabia de la inocencia y el buen fin de su acción. Al fin y al cabo era para comparar cosas para comer, incluso le asaltaban las ganas de compartir el chocolate con la familia.
Para no dar demasiadas o ninguna explicación dijo que salía a la calle a jugar, de camino al comercio; pensaba como afrontaría semejante compra sin levantar sospechas y sin mostrar nerviosismo, le extrañaba no estar aterrado y notaba como un sentimiento superior le arrastraba sin remisión a satisfacer sus deseos. Cuando el tendero le pregunto, el respondió con total naturalidad, que su madre le había dicho que le diera dos tabletas de chocolate con leche y dos de chocolate con avellanas, recogió el cambio y las cuatro tabletas y sin mas charla salió del comercio con una excitación similar a la víspera de Reyes y con un disimulo propio de los carteristas.
Fue en dirección contraria a su casa en la misma calle de la tienda, y unas 5 casas más abajo se paro y se sentó en la acera, había tenido el cuidado de coincidir con unas de las salidas del agua de los canalones de los tejados y allí con total naturalidad y con la inocencia que inspira un niño sentado en la acera, coloco las cuatro tabletas en el orificio del canalón en la acera y se largo en busca de los amigos.
Busco a sus amigos y consiguió en un tiempo récord juntar a tres amigos de la calle, ninguno de ellos podía sospechar la grata sorpresa y el empacho de chocolate que les esperaba. Caminaron por la calle guiados de forma extraña y un poco tontusa hacia la trampa. En el momento que se acercaban a la salida de agua del canalón del tejado cambiaron de acera acercándose lentamente con sus juegos y sus charlas, de pronto el hacedor de la fiesta paro al grupito de elegidos y se sentó justo encima y al lado del orificio que escondía el gran tesoro. ¡Un momento que me ato los cordones! Y en ese menester estaba cuando de forma fortuita hizo el gran hallazgo, dentro del agujero del canalón había cuatro tabletas de estupendo chocolate, y casualmente era la hora de la merienda, esto como añadido ya que hubiera dado igual. No se lo podían creer, no sabían que hacer. Fue un gran susto. Su educación les marcaba caminos de comportamiento diferentes al imaginado por el protagonista de la aventura. Sus conciencias eran frágiles y se barajaron diferentes opciones, llevarlos al comercio por si alguien las había olvidado, llevarlas a la madre de quien las había encontrado, repartirlas y llevarlas a casa y alguna mas de cariz mas peregrino. Al final se impuso el deseo, si demasiados argumentarios, el ansia, el gozo tuvo mas fuerza. Se alejaron de la calle principal y en una esquina de una calle cualquiera se produjo La Gran Buffet, con plato único chocolate, en el mejor restaurante, con los mejores chefs y unos comensales agradecidos. Sobraron unas jícaras que fueron a dejar en el sitio que lo habían encontrado y sin mas dieron por concluida esa tarde de suerte, ninguno dijo nada, ese día, ni en días posteriores como si de un pecado inconfesable se tratara. Al final el ansia no era tanta. Pero esa fue nuestra mejor merienda de chocolate, sin duda.