Distinguida señora,
Sin quererlo ni beberlo, me encuentro atrapado en una situación insostenible, repetida y no superada. El torpe destino, con sus trompicones me ha traído a una empresa que no tiene futuro, extraño y sublime sería que lo tuviere o tuviese, y por tanto yo tampoco lo tengo. Atrapado, porque no soy capaz de escapar a sus encantos, por mucho que lo intento me resulta imposible encontrar una alternativa a mi fatal destino en esta nave.
Lo peor de todo es que mi futuro es lo más claro en esta empresa. Mi sentencia ya tiene fecha, salvo que los acontecimientos venideros manden lo contrario, lo cual también por extraño resultaría sublime. Pocos son los días y menos las semanas de aquí al túnel, comienzo a sentir las vibraciones de mi cruel destino, tan cercano como real.
Quien me mandará a mi ser tan torpe, hasta el extremo de parecer el hombre más feliz del mundo. Tanta torpeza solo puede ser causa –como dirían los psicólogos– de una niñez tormentosa, pero eso sería ridículo y abusivo. Echarle la culpa a un niño de lo que a mi me sucede es de personas desaprensivas y un abuso que nadie me podrá achacar.
La culpa la tengo yo, y como diría Ortega «y mi circunstancia», por mi respondo yo, pero por mis circunstancias no. Ya quisiera saber quien maneja mis circunstancias, se iba a enterar ese ladrón. Por que estoy seguro de que algún ladrón me la ha robado y anda jugando con ella, como si nada, yo puedo asegurar que no la tengo, por que eso ha de ser grande y seguro que la vería. De todas formas aunque la eche de menos porque es mía, no siento pena porque nunca la he conocido.
Dicen los viejos que han traducido a Ortega sin leerlo, tan solo de oídas, que se equivocaba –como la paloma que buscaba el norte en vez del sur– que donde dice circunstancias quería decir suerte, que eso es como la buena cosecha, no depende de lo que siembres, depende de como venga el año de lluvias y de frío. Bien esta, pero, si alguien ve una circunstancia perdida, esa es mía. Me la pido.