Cuando la élite social y política hablan de la situación económica, lo hacen desde una perspectiva muy intelectual y muy cómoda, son análisis eclepticos y chovinistas, propios del té con pastas o de las reuniones del Tupperware. La situación es más difícil y complicada de lo que en apariencia nos pretenden mostrar, y tiene grandes raíces endémicas difíciles de erradicar, que parten de la clase política y se instalan en la sociedad civil, poco esfuerzo y compromiso a cambio de mucho dinero y poder. Filosofías y resultados que poco tienen que aportar en las posibles soluciones a la economía real, que lo que mas necesita son respuestas comprometidas y decisiones audaces.
Los tiempos cambian y cada momento tiene unas características que lo hacen totalmente diferente a otro, comparar la crisis del 28 con la actual crisis financiera es totalmente anecdótico y resulta anacrónico, ni siquiera con las mas cercanas de los 90 también del ladrillo. No tienen mucho en común, quizás el único elemento conductor de todas ellas sea su insistencia en machacar a las clases más humildes.
La situación actual no se tenia que haber dado, resultaba imposible hace unos meses, de hecho, la situación sigue siendo extraña, aún no tenemos asumido lo que ha pasado y lo que se puede avecinar si no hay nadie que se ponga las pilas y se las ponga a la economía. Personalmente nunca pensé que una crisis como la actual fuera posible, no había nada, salvo los precios de la energía y los inmobiliarios, que formasen nubarrones, nubarrones fáciles de despejar con medidas de choque oportunas, que no se han realizado y que posiblemente no se lleven a cabo, y mira por donde, estalla la avaricia acumulada de los bancos y nos arrojan al abismo de la incertidumbre empapados del bouquet de sus vómitos, con el beneplácito y complacencia de la clase política, la acomodada.
Me preocupa la mezcla de algunos elementos propios de la situación actual, con el aditivo de la pasividad, no se ciertamente la función de los países emergentes y como saldrán de esta crisis que aún no les afecta, el paro, la superpoblación y la inmigración pueden resultar peligrosos en una sociedad global y de consumo como la actual, supone un agravio comparativo. Pero lo peor para la economía y parece que nadie quiere verlo es el miedo de los bancos, tal es su pánico y su miedo, que no se fían entre ellos de buenos y honrados que son, y este miedo les hace olvidar cual es su función principal, y tienen congelados los prestamos de inversión y los créditos de financiación del circulante, el papel habitual en el trafico entre empresas no sirve de nada y hay que guardarlo en el cajón hasta el día del vencimiento provocando una cascada de compromisos fallidos que acabara agravando la situación por su efecto boomerang sobre el sistema financiero.
Quedarse quieto es hacerse el loco y reconocer la falta de recursos, la pasividad y los discursos no arreglaran la situación difícil de las muchas familias expulsadas del tren del consumo.