Tarde mucho tiempo en darme cuenta, a veces es muy difícil ver lo que tienes delante, nuestra consciencia está guiada por nuestro deseo y transforma el pensamiento y la realidad a nuestra conveniencia. Antes de asomarme por ese muro no lograba entender la diferencia de inquietudes, la brecha que separaba mi vida de las suyas era una evidencia palpable, estaba ahí desde hacía mucho tiempo y por fin lo vi. Existían dos mundos, cada uno con idéntica medida del tiempo, los dos reales, separados físicamente por cierta distancia. Cuando cambiaba de un mundo a otro en uno mágicamente congelaba el tiempo mientras en el otro la vida seguía con su ritmo trepidante. Me engañaba. En los dos fluía el tiempo con la misma velocidad, nada podía frenar su naturaleza imparable, era yo, quien cuando abandonaba el pueblo, del mismo modo que cerraba la puerta de mi casa, echaba la llave y todo se detenía hasta la próxima vez, así, de igual modo, guardaba los últimos momentos inolvidables de ese universo en mi memoria, también bajo llave, sin tocarlos, inalterable, como el que guarda sus juguetes, hasta la próxima vez.
En esa próxima vez, yo esperaba encontrar esos momentos inalterados tal como los había guardado, puede parecer egoísmo, incluso ignorancia, o ambas cosas, pero en realidad era deseo, un deseo superior de vivir momentos pendientes y no vividos, puros, que sin embargo cuando los vuelves a encontrar poco se parecen a lo que dejaste, la erosión del tiempo es muy real e impla-cable, los momentos no vividos tienen fecha de caducidad y no son recuperables. Es cuando te sientes mal, notas que ese mundo ha envejecido como tú y los momentos que esperabas encontrar ya han sido vividos, no por ti, por ellos, por otros, y percibes su pérdida con desasosiego, nunca volverán, te sientes mal e intentas buscar una razón, un culpable, y los culpas a ellos por no esperarte. Absurdo e infantil. Imposible estar en dos sitios a la vez, imposible vivir dos vidas paralelas, imposible sin que una de ellas sea ficción.
Podría haber sido de otra manera, de cualquier otra manera, pero lo inevitable se impone y el tiempo lo erosiona todo y lo transforma, aunque en nuestra memoria y en nuestro corazón los recuerdos intenten recuperar esos mundos que quedaron a medias, y es curioso, ese sentimiento solo me ha pasado con el pueblo y sus gentes, siempre que vuelvo me resisto a no encontrar la misma gente, el mismo entorno y vivir la intensidad de las mejores veces. Es algo que he aceptado en todas las facetas de mi vida, el tiempo cuenta y es limitado, se agota, nos desgasta y nos roba de forma permanente aquello y a aquellos que queremos, es así, poco a poco, sin embargo, cuando se trata del pueblo me cuesta aceptarlo y una especie de tristeza también desconocida se apodera de mí y me enfurece y me rebela, aquello que era mío y además formaba parte de mi noto como se aleja y he de esforzarme para no rendirme a esa evidencia que cada vez resulta más real y me desanima, ahora los dos mundos me resultan iguales, y eso es lo que yo no quería, igualar un mundo y el otro es una especie de fracaso, aun aceptando que el tiempo suceda de forma igual, el mundo de mi pueblo, era un deseo permanente, un refugio, un paisaje donde evadirse, un misterio que siempre estaba por descubrir, un regalo para los sentidos, una primavera permanente, una brisa necesaria para el corazón caliente de las noches de verano, y eso desaparece lentamente para dejar paso a otra cosa, también hermosa, diferente y mucho más lejana e inasible que la otra, no por peor, quizás solo por torpeza propia o por no aceptar la renuncia, o la derrota…